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La leyenda negra de Catalina de Médici

Hija de un príncipe, esposa de un rey, madre de tres reyes, suegra de otro rey y regente de Francia en varias oportunidades, alrededor de la mal llamada “reina negra” se han tejido muchas leyendas que se dan por ciertas, alimentando fantasías y consolidando una cantidad de mitos truculentos. La posteridad se ha mostrado despiadada con Catalina de Médici, quien siempre quedará caricaturizada en el imaginario colectivo como una mujer funesta. Astucia, disimulo, intriga, envenenamiento, muerte y maldad, es todo lo que se recuerda de ella.

La mayoría de historiadores y novelistas, incluyendo a Alejandro Dumas en su obra La Reina Margot, contribuyeron a solidificar la visión de Catalina como una reina mala. Excepción hecha por Balzac, quien la reconoció como una mujer excepcional y una gran soberana. Desmitificando su biografía, Jack Lang, quien fue ministro de cultura de François Miterrand, afirma que para comprender la verdadera dimensión de Catalina había que verla como una “mujer de Estado”. El nacimiento de la antipatía hacia ella tuvo mucho de xenofobia, según el exministro.
Nacida en Florencia el 13 de abril de 1519, su madre murió a las tres semanas del alumbramiento y su padre, Lorenzo II de Médici, nieto de Lorenzo El Magnífico, murió unos días después defendiendo a su ciudad. La bebé huérfana fue cuidada por la abuela paterna, Alfonsina Orsini, pero al año siguiente la señora murió y la tomó una tía, Clarice, hermana de Lorenzo. Cuando los Médici fueron sacados del gobierno de Florencia, Catalina pasó por varios conventos hasta que el Papa Clemente VII, Julio de Médici, la llamó para que se viniera a Roma. Ese Papa arregló su matrimonio y la casó en el año 1533 con Enrique, segundo hijo de Francisco I, rey de Francia. Ambos consortes tenían solo 14 años, y Enrique estaba muy enamorado de su institutriz 20 años mayor, Diana de Poitiers, quien fue su amante hasta la muerte.
Catalina llegó a Francia con una dote enorme, que su suegro recibió con un suspiro de alivio para sus menguadas arcas. Rápidamente, se convirtió en su nuera favorita porque Francisco I era amante de la cultura y el arte italiano. Ya había invitado a vivir en su corte a Leonardo Da Vinci. Catalina significaba el esplendor del renacimiento. Le acompañaba en sus partidas de cacería, actividad que ejercía muy bien, importando de Italia la postura de amazona para montar caballo a la velocidad de su suegro.
A la muerte de Francisco I, su esposo accede al trono como Enrique II. Tuvieron 10 hijos. Enrique II murió en París en el año 1559 por accidente, finalizando un torneo deportivo cerca de la Place des Vosges. En la última ronda, un movimiento en falso de su caballo alza la visera de su armadura y la lanza de su contrincante, un amigo aristócrata inglés, penetra en su ojo derecho. La agonía duró 10 días en la residencia real. Su hijo mayor, de apenas 15 años, le sucedió con el nombre de Francisco II.
En medio de guerras religiosas, uno de los períodos más turbulentos de la historia de Francia, a Catalina le correspondió gobernar un país al borde del caos y, por tanto, se le atribuyen todos los males. Católicos y protestantes practicaban todo tipo de atrocidades, desde castrar sacerdotes a lapidar niños. Preservar la unidad del reino era su obsesión. Ella deseaba evitar la división de Francia a cualquier precio. No gobernaba con ideologías ni doctrinas, sino con pragmatismo. La razón de Estado era su único norte.
En el año 1560, su hijo Francisco II, de 16 años, fue víctima de un intento de secuestro por parte de los protestantes en el castillo de Amboise. Catalina impone su fortaleza. Los autores, esos jefes protestantes que osaron intentar demoler la institución real, recibieron un castigo ejemplar y fueron mandados a colgar. No había placer detrás de esas ejecuciones, sino una mujer con sentido histórico.
Francisco II murió enfermo ese año, y le sucedió su hermano Carlos IX, de tan solo 10 años. Catalina organizó un viaje de 14.000 kilómetros recorriendo la mayor parte de Francia con toda su corte, para presentar personalmente el nuevo rey. Sobre todo, para conciliar con sus enemigos. Carlos IX muere a los 27 años y le sucede su hermano Enrique III, quien fue asesinado por un fraile fanático.
La ley sálica impedía a las mujeres ejercer la corona en Francia, por eso Catalina se presentó siempre como la viuda del rey. Feminista en el mejor sentido de la palabra, proclamaba que el amor era lo único que podía unir a un país en guerra. Por eso casó a su hija Margarita con Enrique de Navarra, acérrimo protestante, bajo la condición de que fuera por el rito católico. Al morir los tres hijos reyes que tuvo Catalina, su yerno pasó a llevar la corona de Francia con el nombre de Enrique IV. La familia real pasó de tener el apellido Valois, a Borbón. París bien valía una misa.
Sin pensar que era una santa, pero tratando de entender el contexto en el cual se desenvolvió, vale la pena reflexionar de nuevo sobre lo que Catalina de Médici significó para la unidad de Francia.

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