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Pederastia en la Iglesia de Colombia: “Yo lo admiraba. Aprovechó eso para abusar de mí”

Freddy era un estudiante modelo, de los que aparecían todos los años en el cuadro de honor. Le interesaba la historia, la geografía y los idiomas. El mundo más allá de Manizales, la ciudad montañosa y rodeada de cultivos de café en la que había nacido a principios de los años setenta, le parecía excitante. Por eso aquel cura que había viajado tanto, que hablaba inglés y francés y que había recorrido los museos más hermosos que existen le dejaba con la boca abierta cuando contaba sus historias. “Se ganó mi confianza, yo lo admiraba. Aprovechó eso para abusar de mí”, cuenta Freddy ahora, 40 años después.

No fue consciente de lo que realmente le ocurrió hasta hace bien poco. Lo guardó bajo siete llaves en algún rincón de su cerebro. Ser víctima de un depredador, entendió más tarde yendo terapia, retrasó su sexualidad hasta los 30 años. Vivió hasta ese momento con el peso de la indeterminación, las burlas de sus compañeros de clase, las miradas indiscretas, las preguntas sobre las novias. Él no encajaba en ninguno de estos convencionalismos. En una ciudad que glorifica las corridas de toros y las procesiones de vírgenes com mantilla, Freddy Leonardo Franco practicaba la introspección a través de la lectura de enciclopedias.

Freddy estudió en el colegio de Cristo, de los hermanos Maristas, entre 1982 y 1987. El edificio, coronado por el nombre de la institución en letras rojas, quedaba frente a un descampado lleno de zarigüellas que por la noche salían de su escondite para husmear en los cubos de basura. Entonces ya había dejado de ser la institución elitista en la que estudiaban las familias más acomodadas de la ciudad, aunque su viejo prestigio continuaba intacto. Llevar su uniforme era un signo de distinción.

El presbítero Mario González Álzate era enormemente popular en ese pequeño universo provinciano. Una buena parte de la vida escolar giraba en torno a él. Caminaba por el patio envuelto en una nube de humo de cigarrillo y llamaba la atención del resto de adultos por pedirse vasos de leche en el bar. No era hermano Marista, aunque ejercía de profesor y capellán. Llevaba allí desde el 75, según la información facilitada por el colegio. Impartió español, religión, educación física, ortografía, filosofía, dibujo, historia y durante un tiempo fue tutor de un grupo. No le faltó casi nada por hacer.

Freddy Leonardo Franco, visita una iglesia que frecuentaba el sacerdote Mario Gonzalez, en Manizales.
Freddy Leonardo Franco, visita una iglesia que frecuentaba el sacerdote Mario Gonzalez, en Manizales.NATHALIA ANGARITA

Desprendía, según los que le conocieron, un aura intelectual. Canoso, flaco y de manos huesudas, con unos 60 años en la época de la que hablamos, relataba sus muchas lecturas y sus experiencias por un mundo sofisticado y en apariencia tan lejano de este lugar enclavado en la cordillera de los Andes. En su biblioteca guardaba libros imposibles de encontrar en otro lugar. Para entender la importancia de eso hay que transportarse a un mundo sin Internet ni envíos urgentes de Amazon. González Álzate hizo amistad con Freddy y su familia y por su cuenta instauró los viernes en la noche como el momento oficial de su visita.

Esas noches acudía sin falta a casa de los Idárraga Guevara. Las historias que contaba, recuerda Freddy, eran al principio tan buenas que hasta los vecinos se acercaban a escucharlas. Les hablaba de Europa, Jerusalén y otros lugares que Freddy soñaban conocer. La familia disfrutaba de aquellas visitas, pero al mismo tiempo quedó atrapada en su constancia. Los padres de Freddy se veían obligados a cambiar cenas, viajes, compromisos familiares. González Álzate no fallaba, lloviera o tronara. En ese tiempo invitó a Freddy a hacer las tareas en su apartamento después del colegio.

En una de esas tardes, el cura le llamó desde su habitación. “Fui con toda la inocencia y me lo encontré en bata. Se la abrió y quedó en ropa interior. Yo no entendía qué estaba pasando. Me di cuenta de que su miembro viril estaba en erección. Me asusté por el tamaño. Era un niño poco desarrollado y aquello me pareció grande, intimidante. Se descubrió y lo dejó al aire. Se tocó y me tocó”, dice Freddy.

Aquello le perturbó. Dejó de ir allí a estudiar, pero no se lo contó a nadie. Empezó a evitar la presencia del cura en el colegio. González Álzate no se dio por aludido y continuó con la visita de los viernes. Las historias que al principio sonaban deslumbrantes fueron perdiendo brillo. Los vecinos se escondían para no ser invitados a esas tertulias. El ambiente se volvió soporífero. En una ocasión, el chico tenía fiebre y descansaba en la cama. El presbítero entró en la habitación y directamente, con las manos bajo la manta, le agarro el pene. “Mientras lo hacía entró mi madre, pero no lo vio. Él le hablaba mientras de los remedios con los que podía mejorar”, recuerda.

Freddy describe a su madre como intuitiva, una mujer que “las pilla en el aire”. Con el paso de los días se dio cuenta de la conducta sospechosa de su hijo. Lo veía raro. Un día le insistió tanto que el muchacho acabó contándole todo entre sollozos. La madre también se puso a llorar. Le preguntó si le había penetrado. Él dijo que no, y le contó exactamente lo que había pasado. Ella agarró el teléfono y movió con los dedos el disco de marcar. Freddy no sabe exactamente lo que le dijo al cura, pero él se esfumó de sus vidas para siempre.

Entonces fueron una madre corajuda y un niño orgulloso. Eso marcó a fuego su relación para el resto de sus vidas.

—No quiero que se haga un escándalo. No quiero que por esto la gente deje de creer en Dios o en la Iglesia. Para nada. Pero sí quiero que se sepa que aquí en Colombia, en Manizales, hubo sacerdotes abusadores. Y seguro que no fui el único.

Freddy Leonardo Franco, señala el nombre del sacerdote Mario Gonzalez, en la iglesia a la que perteneció de Manizales.
Freddy Leonardo Franco, señala el nombre del sacerdote Mario Gonzalez, en la iglesia a la que perteneció de Manizales.NATHALIA ANGARITA

Freddy Franco es hoy un hombre extrovertido de 50 años. Lleva unas gafas de cristales ahumados y una chaqueta a medida que le da un aire a lo que es, profesor de universidad. No ha perdido la pinta de haber salido leído de casa. Ahora camina con pasos decididos por una ciudad en la que todo el mundo le saluda y le muestra admiración por su trabajo. No siempre fue así. En el colegio se sintió acosado, no solo por el cura, también por sus compañeros de clase. Delgado, pequeño, delicado, según se describe a sí mismo, fue víctima de las burlas. Nadie paró eso. En la universidad, a la que entró a los 15 por su alto coeficiente intelectual, se repitió el esquema. “Todo el mundo me decía que era gay y yo culpaba de eso al cura. ¿Él me había convertido? Lo odiaba por eso”.

Le costó ser honesto consigo mismo, dice él. Pensó en el suicidio. Algunos terapeutas le aconsejaron revertir su sexualidad latente. A los 34 aceptó abiertamente que era homosexual. “Me dio un poco de rabia porque los que me habían matoneado tenían razón. A pesar de lo listo que se supone que soy, yo no me había dado cuenta. Lo sentí como una derrota. Pero con el tiempo me ha liberado y he caído en que lo del abuso no tuvo nada que ver. Es absurdo pensar eso, pero la cabeza a veces te tiende trampas”, continúa.

Su abusador está muerto y enterrado. Los estudiantes de su tiempo hablan de rumores acerca del comportamiento de González Álzate, pero Freddy ha sido el único en dar el paso. La hoja de vida del sacerdote, que el colegio ha facilitado a este periódico, resulta intachable. Está llena de observaciones de este tipo: buen compañero, colaborador, responsable, puntual (no es un asunto menor en Colombia), idóneo (no se especifica en qué), respetuoso, buena disciplina, preocupado. La institución no tiene constancia de otras denuncias ni quejas en su contra. Dos profesoras de la época solo tienen buenas palabras sobre él, aunque una de ellas asegura haber escuchado algunas historias al respecto. En resumen, el sacerdote nunca fue sancionado ni investigado.

Freddy Leonardo Franco en una fotografía de su niñez.
Freddy Leonardo Franco en una fotografía de su niñez.CORTESÍA

La labor de González Álzate fue más allá del colegio. De 1984 a 1991 fue sacerdote auxiliar en la parroquia de San Antonio de Padua, en el centro de Manizales. Su nombre aparece junto a otros 21 sacerdotes. Ofició misas, bautizos y bodas. Su paso aquí deja, entre sus conocidos, una ristra de lugares comunes de los que se puede aplicar a media humanidad. A siete minutos andando queda una catedral neogótica de cemento armado diseñada por un arquitecto francés. Su influencia hizo que todos los edificios de alrededor parezcan sacados de una manzana del centro de París. Más abajo, con una arquitectura más chata y olvidable, se levanta el edificio en el que vivió el presbítero. Ahí está, de cara a la calle, el apartamento al que invitaba a los chicos a estudiar.

En la ventana hay pegado un cartel que dice Se Renta.

Si conoce algún caso de abusos sexuales en la Iglesia en América Latina que no haya visto la luz, escríbanos con su denuncia a [email protected]. Si es un caso en España, escríbanos a [email protected].

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